Queridos sobrinos nietos Nathan, Alma y los que vendrán – Dor Hemshej
Quiero contarles en pocas palabras lo bueno y generoso que era su abuelo Silvio. Una persona alegre y divertida, llena de vida. En sus historias, anécdotas y chistes siempre tenía una sonrisa plena. Cada día lo recuerdo feliz.
Les comparto aquí una de las últimas cosas que compartí con mi hermano, su abuelo.
Desde que enfermó, en el tiempo que llevó su enfermedad fuimos varias veces a visitarlo en su casa de calle Kreminetzky, Jerusalem, y cada vez, yo lo afeitaba por la mañana. Así, por ejemplo, si Silvio tipeaba “tv”, yo sabría que él quería que yo prenda la televisión. Si el escribía “vent”, yo sabía que era la apócope de “ventana”, y que él quería que yo abriera o cerrara la ventana de su habitación.
Pero cada mañana en el baño no había mouse ni computadora. La comunicación era solamente a través de las miradas. Sin palabras. Éramos solo nosotros dos en el pequeño espacio, conmigo parado junto a él frente al espejo, sosteniendo la prestobarba y la crema de afeitar.
Una mañana algo inusual ocurrió. Él trataba de comunicar algo con sus ojos y su voz, pero yo no podía comprenderlo. Para entonces yo ya le había afeitado toda su cara, y no podía adivinar qué me quería decir. Aún después de varios intentos de adivinanza, él no podía transmitirme lo que quería. La situación era tan frustrante que nos reíamos, y luego de varios minutos de risas, de repente entendí.
“¡Contrabarba!” le grité, y Silvio asintió con su cabeza. En el alivio consiguiente –cuando finalmente entendí qué estaba tratando de decirme– ambos nos reímos juntos, y fue en ese momento que me di cuenta de que aun en momentos de frustración, Silvio se comunicó a través del lenguaje del humor. Desde entonces, cada mañana, al mirarme en el espejo para afeitarme, me acuerdo de él.
Hoy ustedes que son su continuidad pueden ver sus fotos, y disfrutar relatos que seguro les cuentan sus papás, familiares, tíos y amigos. Su legado está en cada uno de nosotros, la continuidad de su dedicación y alegría.
Con mucho cariño y amor,
Su tío abuelo Dany
Silvio, ser hermano,
Los años pasan y uno se acostumbra de a poco al dolor y la ausencia. No tiene sentido resistir al hecho de ese vacío, imposible de llenar con otro Ser.
Me refugio con frecuencia en esa infancia perfecta y feliz, compartida con tantas personas lindas, en paraísos de familia, bosques, mar y río, sol y playas blancas. Incluso en la selva de cemento y ollin.
Me enseñaste a ser un Cowboy verdadero, con revolver, canana y sombrero. Liquidamos juntos a los siux y apaches pieles rojas que atacaban nuestro fuerte o cabaña. Ajedrez de tardecita junto a la chimenea o en la cocina de calle sarmiento.
Me mostraste, no solo como se anda en bicicleta, sino a atravesar los charcos llenos de agua de la reciente lluvia y volver a casa con barro hasta el cuello.
Sin tabla, aprendí de vos a montar sobre las olas y llegar a la orilla raspando el fondo con el pecho, peleando a las carcajadas a ver quien llegó primero.
Disfrutar juntos de la hamaca del abuelo Rubén mientras masticamos ese refuerzo sabroso de manteca, huevo tomate y queso, de la abuela Sofia. A veces y a escondidas, con una feta modesta de mortadela, para que el abuelo no se enoje, por sí se entera.
Crecer a tu lado, en Montevideo, Nueva Helvecia, Atlantida, Buenos Aires.
Allá me contabas porque “el socialismo es lo que viene” y “somos el hombre nuevo”. Discutíamos el manifiesto socialista, o El túnel, por igual.
Eras un idealista admirable, tu imagen era siempre sentado y leyendo otro libro que nuestros padres ya leyeron. Compartimos con emoción los primeros discos de Juan Manuel Serrat, Sui Generis y de paso, los éxitos israelíes de aquellos años.
Descubrimos juntos, gracias a nuestros padres, un sionismo práctico y profundo.
Un día de adolescencia, nos fuimos todos a vivirlo a la tierra santa. Tan distinta a la vida que teníamos. El áspero y picante sol, otras costumbres, comidas e idiomas. Un mundo de espiritualidad mezclado en modernos barrios, sencillos y sin lujos. Cada uno en una ciudad y escuela distinta. Vernos los fines de semana y disfrutar de la aventura del otro.
Recorrimos Israel en cada ocasión posible, estudiando la historia, la flora y fauna de cada lugar. Nos bañamos en cada pequeño río y lago que haya disponible en desiertos en las temporadas de lluvia.
Ahí, te enamoraste de Jerusalem, tan tuya, perdió el secreto místico, se rindió a tu pasión.
Con cuanto orgullo te vi recorrer sus murallas y calles, mostrando a miles de personas que, en ella, están todas las respuestas.
Un día comenzó la ruta individual y el crecimiento de las familias de cada uno. Nos separó varios océanos y sin embargo, siempre en contacto, teléfonos, cartas, fotos y viajes necesarios.
Siempre tuviste la necesidad de apadrinar y guardar riguroso contacto con toda la familia grande, tíos, primos y amigos de cada ciudad y país donde vivimos.
Eso te convirtió en un faro para todos, de sonrisa fácil, buscando el próximo chiste. Preguntabas de corazón a cada uno, como está y que podés hacer para que esté mejor. Te acordabas siempre de las fechas de cumpleaños, aniversarios e incluso, de sepelios...
Estabas siempre. Siempre. Eso hizo que yo me sienta protegido, seguro. Ansiando el próximo encuentro.
Fuiste un hombre generoso, fuiste un padre ejemplar. Pero sobre todo (para mí) un amigo hermano.
Y así, descubrí que tenías muchos hermanos como yo, a los que cuidabas y con los que compartías tu carcajada y proyectos.
Veo tu foto en mi mueble, tan joven y alegre. Esa foto es de cuando éramos “fighters” llenos de músculos y oliendo a pólvora y ese apestoso Paco Rabanne de los 80, que vino en lugar del correspondiente pachuli hippie y revoltoso.
Con tu uniforme y boina roja, orgulloso y cansado.
Tan distinto a tu ocaso temprano.
La noticia con nombre raro y la desesperación por encontrar una salida.
Nada detuvo tus bromas. Nunca tuviste autocompasión. Estuve a tu lado y nos burlábamos cómplices, en secreto de tu situación. Busque tu sonrisa y cada día era más difícil de expresar y mostrar.
Luchaste hasta que dijiste basta. Era mediodía, el sol iluminó tu cuarto. Sólo los hombres justos tienen ese privilegio.
El llamado angustiante y un bolso de compañía para volver a cruzar el océano y buscar tu abrazo en tus hijos.
Sé que escuchas y ves, igual que siempre. Tus hijos están grandes, son buena gente. No podía ser distinto fueron criados por padres amorosos. Tu esposa los lleva y acompaña muy bien. Tus nietos son gemas, y tienen el humor y la pasión por la música que tanto nos gusta a todos.
Lo triste no es solamente que me falte tu abrazo y palabras. Lo triste es que yo también me pongo “grande” y nuestros recuerdos de infancia y adolescencia, los sonidos, el olor a leña, ya no tengo tu presencia que entiende, justo justo ese espacio y tiempo que era nuestro.
Cada día, me llega por WhatsApp por lo menos un chiste que seguro disfrutarías.
Estás siempre en mi corazón. Quien te dice, en Israel, el país de los milagros, la leche, la miel, y las Start ups, inventen una aplicación para que te lleguen los mensajes de amor.
Descansa en paz. Aquí estamos todos bien.
Abrazo, hermano
Bernardo